Carta abierta
argentino uruguaya
Macedonio
Fernández
(Señor Redactor a quien se encargue la molestia de leer esta colaboración de
ausente en la sinigualada Revista Oral. Dirá usted primero, si le
parece, unas palabras como éstas:)
Nuestro redactor Femández debía darnos el editorial de este número. No lo
hace, por causal que en carta aduce, y pide que en recompensa del trastomo que
nos ocasiona, le publiquemos, en primera página, como editorial, tomándonos la
única primera página de que disponemos, una urgente carta abierta que desde
hace meses está apurado en publicar pronto. En ella hay un buen espacio en
blanco, porque desearía que en él insertáramos su fotografía oral con
modificaciones favorables, pues dice es la única fotografía que anticipa los
rasgos que presentará su fisonomía en un porvenir cercano, cuando él será más
joven. Antes, nunca dejó blancos en sus artículos ni en las entrevistas y
reportajes que se le hacían, porque el periodismo los aprovecha para
perjudicar a los escritores con la sospecha de haber estado callados un
instante, y también revelan que ese instante no sólo fue de silencio incapaz
sino de mortal vejez, insertando allí el retrato sin esperar a que uno sea más
joven.
Termina su carta continuando con esto: "Amigo: le recomiendo mi edad;
apresúrese a tenerla: es la época en que se puede vivir sin chistar, y en que
se nos distingue, chistándonos, al pasar por algunas veredas y ventanas, lo
que usted no conseguirá nunca si no cambia pronto de edad; y de retrato, como
yo".
No nos queda otro remedio que lamentar la ausencia que le impide asistir y
abrir la carta abierta, lo que haré yo a su ruego, y la leeré también, pues
Macedonio es analfabeto: por descuido de su familia sólo se le enseñó a
escribir sus Obras completas que será el primer libro que publicará
pero no a leer.
La urgente carta, pues, que después de meses de escribirla pronto en tales
meses de prepararla ha conseguido Femández la práctica necesaria para hacerla
pronto no tiene un minuto que perder: será leída en seguida, y escuchada al
mismo tiempo, para no perder momentos.
Es dirigida al Director (los Directores también se dejan dirigir) de una
revista semanal de gran circulación 130.000 de tiraje, tres ejemplares menos
que la Revista Oral con motivo de atribuírsele en ella a Macedonio
Fernández por error la nacionalidad uruguaya.
Señor director de una revista:
Nada tenía de qué alegrarme cuando comprando la revista de su mando en uno de
los quioscos donde las prestan, veo transcripto un producto de mi ingenio que
protuberó a cierta altura de columna de la amable Martín Fierro. Un
estudio grave y retirado (de entre los escombros) acerca de la súbita
declinación de la Arquitectura (de El Tropezón) (1)
con
citas bien confundidas de Ruskin, Comisay Flatacho. El material de estas
referencias era tan valioso que se podía ganar dinero rematando la demolición
de mi escrito. Asimismo era breve; artículos mucho más cortos ocupan dos
columnas: el mío solo la altura de caerme de una. Esto era todo: no tenía
adiciones, pues en el suceso de aquel derrumbe quedaron tantas sin pagar que
se ha hecho hábito no abonar añadidos literarios.
Seguramente que la publicidad en vuestra revista me lisonjea y contenta
siempre que no me paséis una cuenta extremosa, atento a que me falló el pedido
de $ 10.000 que hice al Congreso, en compensación de cuyo socorro me
comprometía a permanecer ausente del país hasta mi regreso: intriga fácil de
explicar si digo que soy el único habitante que se ha impuesto la absorbente
ocupación de cumplir todas las leyes dictadas cada semana, lo que me da aire
tan triste y desbaratado que constituyo para los congresales un espectáculo
lacerante, irrisorio, un asedio de remordimientos y malos recuerdos de tanto
legislante disparatar. Por cierto me fue grato verme transcripto, pues,
además, ello comprueba dos agradables propiedades de lo literario. Por tal
reproducción descubro: que todavía soy autor de dicho artículo, condición que
no sabía durara tanto, y que los artículos sirven para dos veces y más y se
parecen, entonces, al levantarse de la cama que con una valiente vez por la
mañana basta para el día entero; o al apagar el candelero (no nombro la vela
porque no se usan ya) que soplando bien un tiro no hay que seguir de soplador,
cual con el fuego; o como el silencio de los tartamudos que no es salteado
cual su habla sino tan liso, seguido como el de los bien parlantes y si no se
empecinaran en hablar nadie los conocería como a un bizco que duerme.
De esto no se hable más y siga usted con lo mismo. El caso es que como la
publicación suya me convenía yo la hubiera tenido oculta cual buena suerte de
egoísta. Pero en revista de máxima difusión de nuestro, país uno de los
millares de lectores se lo dijo al otro (sin lo cual este otro, por más
lector quefuera, no lo habría sabido) y se propaló cierto error vuestro
se me atribuye nacionalidad uruguaya, lo que vengo corriendo, en tren perdido
(tal es el apuro y apartándome de la respetada práctica de no viajar en él) a
rectificar antes que lleguen las protestas de Montevideo.
No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en
Buenos Aires, pues empleo no consigo ninguno, aunque desde muchos años lo
solicito; y seguiré hasta que sean 25 años. Entonces me jubilaré de pedirlo:
mi vacante será muy disputada porque la competencia para pedir empleos no es
aptitud exclusiva mía; a nadie le falta; sólo sí el empleo.
Hace quince días de lo comentado. Sería yo de los uruguayos más jóvenes; pero
es tarde para nacer. Es cierto que he estado en Montevideo, Soriano, Fray
Bentos, Canelones, Tacuarembó, Mercedes, sin contar otros departamentos en que
no he estado. Pero era sólo de paseo: no de nacer. Muy muchacho, en Pocitos,
me mordió un caballo el hombro y casi me extrajo así de encima. Qué animal
paciente: tironeaba y seguía tirando, pero como era tan largo (caballos tales
debían alquilarse con itinerario impreso para consultarlo en apuro de
desmontar , es difícil hacerlo de memoria en tal apuro), entre los dos no
conseguíamos salirme de él. En Ramírez me puse a buscar aire en un pozo bajo
el agua y saltaba hacia la superficie, pues no encontraba sótano al líquido;
hice esto tantas veces que un testigo viendo que con ese tejemaneje yo saldría
de todos modos a flote, me sacó. Es la única vez que se me ha visto sudando
por ganarme la vida, pero malamente, pues me encaprichaba en respirar en el
momento menos acertado, siendo que nunca había parado atención en esta función
del organismo que ahora me entusiasmaba. La natación era mi talento; tan
metido con el agua que al rato no se me veía, nadaba, nadaba hasta que me
salvaran; inventé el braceo náufrago. En Mercedes dediqué todas mis temporadas
al caballo: nunca he andado tanto a pie. Allí una muchacha más bien fea me
dijo tilingo. Otra señorita, de nombre Mecha, me besó. Este último sistema
¿con quién lo habría aprendido? me pareció bien; busqué a la primera y se lo
comparé: se quedó reflexionando, a mi juicio derrotada.
Mas, por todo esto no soy uruguayo; es exagerado. Nací tempranamente; en una
sola orilla (aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos
Aires a la sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del 74, como
después tuvimos un año para la revolución del 90. Pocas personas han empezado
la vida tan jóvenes (si hace 50 años ya era tanta mi juventud ¿cómo no lo
sería mucho más la de Alcibíades hace 3.000 y qué extraordinario puede ser que
las bellas se enamoraran de su perro?). Durante un minuto fui el americano de
menos edad; y creo que ya en ese instante oí tres himnos a Sarmiento y
Rivadavia fundó las escuelas. Es verdad que de esto quedé algo sentido hasta
hoy.
La orilla era la derecha yendo al
centro; sirve igual que la otra, y los que vienen de Europa la llaman
izquierda hasta que se familiarizan con el idioma; pero es la misma. Cierto
que se consultó al Uruguay si haría objeción a que naciera yo allá. La
respuesta no pareció entusiasta; no decía que sí o que no; exigieron datos
sobre mi carácter e ideas y por fin el gobierno uruguayo escribió: “Por
nosotros no se preocupen: están ustedes perdiendo el tiempo: ya podía haber
nacido".
¿Qué se temía de mí? Yo no traía intención de daño a nadie, a ningún empleo
ocupado; no portaba ni un cortaplumas; y hoy con todo lo que he leído y
cursado, no soy tan inocente como aquel día, tan inexperto en nacer que fue
preciso llamar una señora experta que lo hubiera hecho muchas veces. ¡Oh, qué
mal momento! ¡qué molesto! ¡qué peligro de vivir! No encontré una persona
conocida. 0 me tomaban por otro. Nadie que dijera viéndome aparecer: "¡Esa
facha yo la conozco!" ¡Oh, fue angustioso! No lo volveré a hacer. Y no se lo
deseo al mayor enemigo: (el hombre que saca un papel de 10 pesos para
pagar el tranvía, poniéndonos súbitamente tristes a todos pues sabemos que el
guarda se volverá hacia nosotros aparentando alguna esperanza y nos solicitará
cambio). No es cierto lo que se dice que yo enseñé a los techos a lloverse, a
los llaveros a quedarse en el pantalón que cambiamos para salir al teatro: y
al que no pasarse de cantar con mucho sentimiento, en los ómnibus, la tabla de
multiplicar de Pitágoras colgado de la correa (y por otra parte no me parece
poema dicha tabla). ¡Oh! ¡yo no duermo de ese lado!, no sirvo para lector de
soniditos. Cervantes, Gómez de la Serna, Estanislao del Campo, Poe, me tienen
despierto. No nombro a Quevedo y Mark Twain porque no me conviene y en los
momentos en que uno no sabe dónde ha nacido se le confunde también el nombre
de sus inspiradores.
Pero, aunque sólo sea por ociosidad, examinemos, sin ocupamos de lo que
perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva.
Veamos: ¿cuántos tomos de Historia es la del Uruguay? Aunque sólo sea la 5ta
parte que la de acá no me le atrevo. ¿Cuántas batallas, valor indomable,
aniversarios, centenarios, cincuentenarios de genios y patriotas? ¿Allá se
usan también las diabetes, reuma, los sustos, como casos de "muertes por la
patria" y cambio de nombre para las calles? ¿Las pensiones son para los
contemporáneos del héroe, que tuvieron que soportarlo, o para gente que nada
le padecieron, como acá? ¿Quién es el Sarmiento para himnos de ustedes? ¿Se
inunda el arroyo Maldonado también allá? ¿La esquina de Callao y Rivadavia es
allá como acá peor que una consulta de médicos? (se debiera dar en el acto, en
el Molino, un banquete a la persona que la cruza sano y salvo una vez,
partiendo de la Plaza Congreso y alcanzando a llegar a dicho banquete).
No; no voy; digo, no soy. Además hay un puntito de sentimiento en mi
determinación. Lo trataré bajo el título de Una novela que comienza.
Allí se verá que al presente vivo en una espera romántica indeclinable que
debe suceder en Buenos Aires. Es verdad que caballero tan de nacimiento
confundido, es de alegre esperar y puede aguardar lo bueno debajo de una
comisa que se traslada.
Soy del señor Director con vivo aprecio.
M. F.
Noticia:
El que sí es uruguayo es el buenazo de don Juan. Pero se muda; ayer lo vi con
un paquetito. Unas quince veces por año cambia de domicilio y manda decir a
sus amigos: El cambio de domicilio que ocupo ahora es calle Lavalle 1025. Para
eso no usa equipaje; cuando lleva un paquete o los bolsillos abultados está de
mudanza. En junio salió de Libertad 443; en agosto volvió a Libertad, pero no
al 4to piso donde antes, sino al 5to. Doña María, la del 4to, supo que estaba
en el mismo edificio pero ignoraba en qué piso. ¡Será posible, exclamaba
anoche acostada, que no me haya visitado ni dicho a qué piso vino! ¿Dónde se
habrá metido don Juan? No sé si lo tengo arriba o lo tengo abajo, yo que
conocía tanto su...
Este don Juan, tan buen amigo, figurará y estoy seguro que observará una alta
moral, en mi cada día menos evitable romance, si para entonces vive; pues mi
novela no admite sino a vivientes so pena de confundirse con la Historia donde
los muertos lo hacen todo, se lo llevan todo por delante. En dicha novela
repetiré alguno de los chistes aquí intentados, pues espero llegar a un
extremo de garantía y seriedad de mis bromas, ensayándolas en varias
reiteraciones; además, así se entretendrá algún exigente en originalidad,
quien descubrirá que una idea mía es de Sterne o Rabelais, cuando no habrá
sido tomada de allí sino de mí mismo, de la primera vez que la dije; en el
estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de Sterne, pero antes
se parece a la mía de la primera vez que la copié, porque es tan escasa la
originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo;
"primera copia' es un subgénero sancionado de la originalidad.
Revista "Martín Fierro", 1926.
(* ) Texto extraído de “Papeles
de Recienvenido y continuación de la nada”
Obras completas tomo IV
Editorial Corregidor
(1) Famoso bar de Buenos
Aires, derrumbado sin víctimas (N. del E.)
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Selección V.G.
ENERO 2003 |
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